El día de lo que se iba a ver pero no se vio
- lectura de 3 minutos - 510 palabrasPor la mañana desayunamos en Firostefani de camino a Fira en una cafetería cualquiera. Recordemos una vez más el concepto slow food griego, donde mejor no tengas prisa, porque todo puede ir para largo (y tampoco pasa nada que estamos de vacaciones). Tras nuestro café y yogur griego fuimos paseando una vez más hasta Fira para dar un paseo por la ciudad. No añadimos mucho a lo que ya conocíamos, agradables hoteles y restaurantes intercalados con tiendas de souvenirs, más o menos originales. El museo de historia de Fira decidimos dejarlo para una próxima visita.
Pit stop en el hotel para baño y Coca-Cola y de allí salimos hacia Akrotiri, donde hay unas ruinas minoicas. Primero paramos por error en Akrotiri pueblo, donde no hay gran cosa que ver salvo aparentemente un palacio Veneciano (que con el calor que hacía decidimos no ver). Una vez llegamos a las ruinas de Akrotiri nos arrepentimos del plan, porque como decía antes, hacía mucho calor.
Así pues dimos media vuelta y fuimos a Pyrgos, un pueblo en el interior pero elevado desde el que se ve la caldera, bonito y mucho menos turístico que Oia o Thira. Comimos en Penélope, un sitio muy agradable, con buenas vistas y buena comida (donde finalmente probamos las bolas de tomate que tan intrigada me tenían, saben a pizza).
Finalmente fuimos a pasar la tarde a Oia, sitio turístico de Santorini por excelencia. Es muy bonito también, parecido a Thira (a Claudio le gusta más Thira, a mí puede que Oia, aunque sin duda mi estilo de sitio es Firostefani). Había mucha más gente en Oia que en el resto de la isla, especialmente al atardecer donde las hordas de turistas son significativas. Visitamos el puerto de Amoudi, al que se baja (y luego se sube) por 220 escalones, aunque puedes hacerlo con ayuda de un burro. El puerto en sí es pequeño pero acogedor con unos cuantos restaurantes al borde del agua que sirven pescados con muy buena pinta. Nosotros ya íbamos comidos así que solo nos quedamos para escribir postales y tomarnos unos zumos para reponer las fuerzas de la bajada. Del puerto sale un camino de tierra que va hacia una pequeña playa (si se puede llamar así) cuyo único interés es que es el único sitio del mar donde uno se puede bañar en Oia. Para cenar fuimos a Lotza, donde si bien la comida no es espectacular, las vistas sí lo son. La puesta de sol sobre Oia, que tanto ruido genera, tiene su parte buena y su no tan buena. Los colores de la ciudad con la luz del atardecer son para verlos, así como la caldera, tan tranquila. Como contra, desde Oia es realmente difícil ver el Sol ponerse en el mar (eso se ve mucho más fácilmente desde Oia). Por lo tanto, en una competición de atardeceres, no nos quedamos ni con uno ni con otro y recomendamos que cada uno escoja el suyo visitando ambos pueblos al ocaso.
Se nos acaban las islas. Mañana volvemos a Grecia continental.