Segundo día en Lima
- lectura de 4 minutos - 741 palabrasHoy es Viernes Santo, así que la mayoría de monumentos están cerrados al público. Investigando encontramos que el museo Larco estaba abierto así que pedimos un Uber para ir a visitarlo a las 9:00 que es cuando en teoría abrían. Para llegar abandonamos nuestro cuidado y seguro Miraflores y nos metimos por una serie de barrios con muy mala pinta, con chabolas, calles sin asfaltar… y así de repente, aparecimos en un parque precioso y cuidado con una enorme casona colonial que resultó ser el museo. Si no vas a propósito, no das con él y todos los turistas que vimos llegar, como nosotros, lo hicieron en taxi.
El museo Larco, fundado por Rafael Larco en 1926 a la edad de 25 años, es un sitio espectacular y digno de visita. La propia casa merece la pena verla, con millones de buganvillas de colores, cactus enormes… Para visitarlo hay que ir con tiempo, porque hay mucho que ver. Hace un recorrido muy detallado y muy bien narrado de la historia pre-inca e inca, metiéndose un poco en la época colonial española. Perú es uno de las seis cunas de la civilización: es decir, uno de los seis lugares del mundo donde los humanos decidieron asentarse, cultivar y formar una sociedad. Es muy llamativo ver cómo a pesar de tener ciertas cosas en común con nuestros orígenes (una sociedad estamental con sus jefes políticos, clero y pueblo llano, desarrollo de artes como la música, pintura…) en otras divergen completamente, como el hecho de no tener escritura o interpretar en ocasiones la guerra como algo simbólico. La colección de objetos es impresionante, tienen tantos que no pueden exponerlos todos, aunque si quieres puedes visitar la parte “no expuesta” del museo, donde hay miles de cerámicas apiladas en estanterías sin ningún tipo de etiquetado. Como curiosidad, tienen en la planta baja una sección de figuras “eróticas” de lo más gráficas, que como bien decía Claudio, remedan un poco a los iconos de la fertilidad greco-romanos.
Dedicamos prácticamente toda la mañana a la inmersión en la cultura peruana (y a tomarnos un café en el jardín de la parte baja) y posteriormente fuimos a visitar Barranco. Se trata del barrio a continuación de Miraflores, donde hay muchos hoteles y restaurantes. Que eso no engañe a nadie, se trata de un barrio lleno también de parques por los que es muy agradable pasear, una bonita plaza donde ver pasar a la gente y unos caminos que comunican con la zona de playa de Lima. Nos ha dado la sensación de que los limeños viven a espaldas del mar. Cierto es que la arena se ve oscura y tosca y en muchos puntos hay carteles de “riesgo de tsunami”, por lo que puede ser que no sea el lugar más apetecible del mundo.
Volamos a Arequipa sin incidencias y en el aeropuerto nos estaba esperando el taxista que habíamos contratado con el hotel. En el breve camino que tuvimos del aeropuerto a la Casona Solar, nos estuvo haciendo un repaso de la gastronomía peruana (con especial atención en la arequipeña) y contándonos cómo los habitantes de Arequipa tienen un sentimiento regional muy importante y que además de ser la segunda ciudad del país, su crecimiento va en aumento.
La Casona Solar, donde nos hospedamos, es un hotel estupendo ubicado en una antigua casa colonial española, que conserva todo su encanto, con dos patios interiores en los que se puede tomar agradablemente un te o algún dulce (como bien nos dijeron en la recepción al llegar). Se encuentra en pleno centro histórico de Arequipa, a tan sólo dos manzanas de la Plaza de Armas.
Una vez instalados salimos a dar un paseo y nos encontramos con la maravillosa plaza en cuestión, para la que nos faltan palabras. Es amplia, cuadrangular, cerrada al tráfico, con una fuente central y mucha vegetación y de noche está muy bien iluminada y animada. Recorrimos algo más del centro hasta que encontramos un restaurante en el que nos dieran de cenar (íbamos un poco tarde y sin reserva) y acabamos en una crepería francesa en la que probamos unos crepes rellenos de platos típicos peruanos, muy buenos. De vuelta al hotel nos encontramos con procesiones de Semana Santa, que notamos algo más “alegres” que las que se ven en España. Lo que más nos chocó fue que por todas partes había puestos ambulantes de algodón de azúcar y palomitas para el disfrute procesional.