Sábado en la playa
- lectura de 3 minutos - 543 palabrasQué majas son las hermanas, que nos han llevado de excursión a todos los voluntarios: los de Mile 91, los salesianos… Tres furgonetas de opotos que hemos ido a Bureh beach.
Mala suerte, nos pilló el diluvio universal de camino a la playa (con el día radiante que hizo ayer).
Estuvo interesante el trayecto en furgoneta, pasamos por un par de aglomeraciones de gente (no se pueden llamar ciudades, todavía no hemos visto ninguna en Sierra Leona), la más grande de todas Waterloo. Allí vimos la locura del mercado bajo la lluvia, una clínica de Marie Stopes (unas clínicas que ponen muy bien en la guía de Amnistía Internacional pero que las monjas nos han dicho que están regular) donde realizan interrupciones voluntarias del embarazo, administran anticonceptivos y hacen screening de cáncer de cérvix…
Para llegar a la playa tuvimos que hacer unos 300m de recorrido andando bajo la lluvia hasta llegar a una casa preciosa con terraza y vistas al mar que nos había prestado un constructor libanés que está al cargo de la construcción de la escuela de Kailaho.
Dejamos nuestras cosas en la casa y bajamos a la playa en chanclas, bikini y chubasquero, este último por guardar las apariencias con los autóctonos que no están acostumbrados a ver mucha pierna al descubierto.
Para llegar a la playa cruzamos una primera más cerrada con rocas, una segunda donde había menos arena y finalmente la más grande, donde nos bañamos, de arena dorada y vegetación frondosa hasta el inicio de la misma. Al inicio de la misma encontramos el Tito’s Paradise, un bar a pie de playa que servía spaguettis y cervezas del que nos había hablado muy bien Mariluz, regentado por un local con no sé cuántas mujeres. La playa estaba solo para nosotros y las vistas con toda la selva que se extendía colina arriba y hasta donde alcanzaba el horizonte eran espectaculares.
Paró de llover justo para el baño y ¡menudo baño! ¡Qué buena estaba el agua! Aquello parecía el Caribe.
Una vez ya agotados volvimos a la casa a comer con los demás voluntarios unos bocadillos de ensaladilla rusa con piña y coco de postre.
La tarde la pasamos esperando a que se secase la ropa que se había calado con la lluvia previamente, contemplando el mar desde unos bancos en la primera playa y ya cuando salió un poco el sol aprovechamos para hacer el reportaje fotográfico de la zona.
Como si fuéramos niños pequeños, volvimos rendidos a casa, dormidos en el coche.
Las hermanas nos tenían preparada la cena y como habían oído que teníamos antojo de dulces, llamaron a la tienda de la gasolinera para que nos la abrieran después de cenar para ir a comprarlos. Nos metimos 23 personas en un coche (amplio, pero no tanto), al más puro estilo sierra leonés. La tienda tenía hasta un pasillo y vendían un montón de productos de importación: una tienda de ultramarinos de las de toda la vida.
Nosotras seguimos bien surtidas de todo así que sólo hemos comprado unas gallegas variadas para el desayuno de las hermanas (qué menos que tener un detalle con ellas después de un día como el de hoy en el que, para colmo, no nos han dejado pagar nada).