Marrakech
- lectura de 5 minutos - 869 palabrasUna buena noche de descanso y un desayuno pantagruélico después, salimos atravesando los zocos en dirección al minarete de la Koutoubia. Algo nos ha debido de fallar en el plan, porque no encontramos ese “bullicio matinal” que describe la guía en el zoco, puede que sea porque es sábado por la mañana. En parte lo hemos agradecido porque así no nos hemos sentido tan acosados.
Llegamos a la plaza de Jma el Fnaa donde cambiamos dinero (a un cambio bastante decente) y seguimos hacia el palacio de la Bahía, en teoría nuestra primera parada. Cómo no, nos perdimos por el camino, pero acabamos dando con las Tumbas saadianas, que también estaban en nuestra ruta de hoy, así que bien.
Las tumbas saadianas (entrada 10 dinares), no dan mucho de sí pero son bonitas. Forman parte de la mezquita de El Mansur, que está justo detrás y sirve para orientarse con su minarete. Hasta 1917 las tumbas sólo se podían visitar a través de la mezquita y esto permitió su buena conservación. Están formadas por unos jardines y tres kubbas en el centro, con base de mármol, unos estucos por encima y cubiertas por tejas.
El primer mauseoleo antes dedicado a la oración, consta de tres salas y sólo dos se pueden ver desde fuera, muy ricamente decoradas. En una de ellas está Mulai Ahmed el Mansur, uno de los reyes más importantes de Marruecos que murió de peste en Fez. Se dividen el cementerio en “tumbas de reyes” en las kubbas y “tumbas de nobles” fuera de las kubbas. En todas hay algo en común, los cuerpos se envolvían en una sábana y se ponían con la cara orientada a la Meca, sin enterrarse a mucha profundidad. La cultura islámica no cree en invertir mucho dinero en cementerios, las riquezas deberían repartirse entre los vivos.
Finalizada esta visita fuimos hasta el palacio de la Bahía (entrada 20Dh). Del siglo XIX, muy bonita construcción del visir de la época, que fue el real dueño de Marruecos por entonces (una especie de Conde Duque de Olivares). Un patio de naranjos, unas fuentecitas y unas salas muy bonitamente decoradas. A pesar de lo “limpia” y sencilla que es la decoración, la parte que está tallada está casi tan recargada como el barroco.
Del Palacio, volvimos dando una vuelta a El Fna con la idea de subir hasta Guéliz, la ciudad nueva creada bajo el protectorado francés. Atravesamos los jardines del minarete de la Koutoubia, muy cuidados aunque con todas las fuentes sin agua y tomamos la avenida Mohammed V (la más rica de la ciudad, con todas las tiendas buenas y cafeterías) hacia la plaza 16 de noviembre.
Nada tienen que ver la medina y la ciudad nueva. Mientras que la medina parece más propia de un lugar tercermundista, la nueva se ve limpia, cuidada y… moderna. Tiendas occidentales, un centro comercial, un parque “tecnológico” (todavía no nos ha quedado muy claro qué era el parque con las pantallas interactivas aquellas). Descansamos tomando un zumo de naranja en una terraza y comimos en Al Fassia, recomendado por las dos guías. Aunque íbamos buscando el menú turístico (que no existe) y tuvimos que comer a la carta, el sitio nos ha encantado. Cierto es que pocos locales se lo podrán permitir, el precio de una comida es como de unos 20€, pero es sensacional. El tajín delicioso y las brochetas que se pidió Claudio también. Muy recomendable.
Continuamos la visita hasta el Jardin Majorelle (entrada 50Dh), tres caminantes de la trotamundos ganados a pulso. No es muy grande, pero es muy bonito y está muy bien cuidado. Alberga el estudio del pintor Jacques Majorelle, que vivió aquí a partir de 1924 para curarse de su tuberculosis. Tras su muerte Yves Sait Laurent y Pierre Bergé compraron y reformaron el lugar. Bancos a la sombra, fuentes, una buena colección de cactus y bambú. Muy bonitos los colores, como se pueden ver en las fotos.
Agotados ya por el calor y por tanto paseo hemos vuelto al hotel a descansar un ratito, darnos una ducha, prepararnos para un intento de visita al zoco y de paso, dejar que pase la tormenta de verano.
Por supuesto no hemos conseguido llegar a la parte del zoco que queríamos, pero tampoco teníamos muchas esperanzas puestas en ello. Este sitio es para perderse, te guste o no, así que lo mejor que puedes hacer es perderte y disfrutar de ello. Curiosamente fuimos a dar a una parte en la que no nos acosaban porque era la de ellos, en la que estaba claro que unos occidentales no íbamos a comprar nada: sandalias usadas, ropa sucia de segunda mano, comestibles varios… (la carne por supuesto sin ningún tipo de refrigeración y los pollos vivos en jaulas, para que uno sepa que son frescos de verdad).
Finalmente acabamos tomándonos un té en la terraza del Café France, con unas vistas buenísimas sobre la plaza de Jma el Fnaa y cenando allí mismo nada especialmente elaborado, pero a un precio asequible.
Mañana más.