Monasterios de Suso y Yuso
- lectura de 3 minutos - 506 palabrasHoy por la mañana, tras un buen desayuno en Ezcaray, fuimos a San Millán de la Cogolla para visitar los monasterios de Suso y Yuso, ambos Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1997. Fuimos temprano porque para ir a Suso creíamos que la única manera de ir sin reservar era coger el primer autobús a las 9.55. A Suso se puede llegar en coche perfectamente, pero por cuestiones de conservación no está permitido aparcar y por eso el autobús es la manera más cómoda de subir.
Llegamos un poco justos, pero a Ceci le dio tiempo a bajar a comprar la entrada, que se compra en el monasterio de Yuso.
Suso, el de arriba, está en ruinas y, aunque ha sido restaurado, si no fuera por la historia que tiene no tendría ningún valor. Es un monasterio construido a partir del siglo V, luego reformado por los árabes. Hay arcos en el interior de estilo mozárabe (no hay fotos porque no se pueden hacer). Fuera están los cenotafios de siete infantes, y por supuesto de San Millán (que viene de Emiliano). San Millán fue la primera persona en escribir en español.
Con el paso del tiempo, el monasterio de Suso se fue quedando pequeño y por eso se construyó el de Yuso, aunque tardó en completarse 200 años. Es un monasterio del siglo XVI, pertenenciente a la orden de los Agustinos, de estilo básicamente plateresco, estilo similar al manierismo italiano. Yuso era un monasterio rico, con tierras y peregrinaciones, lo que se traduce en una gran riqueza ornamental en las partes del monasterio dedicadas a Dios; no así en las partes dedicadas a la vida monacal, pues los agustinos eran muy austeros cuando se trata de ellos mismos.
El códice original donde están escritas las glosas emilianenses (siglo XI) no se guardaa allí sino en la Biblioteca Nacional en Madrid. Un monje se dio cuenta de que cuando hablaba en latín la gente no le entendía y por eso se empezó a escribir en español, y también en euskera. Es sorprendente averiguar que español y euskera empezaron a escribirse a la vez, en el mismo sitio, y fuera del País Vasco.
Lo más impresionante del monasterio, para mí, son los cantorales. A pesar de haberse inventado ya la imprenta, no la usaban; así que tenían unos cantorales que pesan unos 40-60 kg cada uno hechos a base de piel de ternero. A veces incluso de terneros no natos, ya que la piel era mejor (es muy macabro esto).
Para usar el cantoral se ponía en el facistol del coro:
La visita acaba con una vista de los relicarios de marfil. El marfil era (y es) muy difícil de conseguir, por eso todo estos relicarios tienen un gran valor. Sin embargo, las tropas de Napoléon no los valoraban tanto y por eso siguen allí. Relicarios de marfil hay muchos por el mundo; la colección más importante, según nos dijo la guía está en el Hermitage de San Petersburgo. Habrá que ir hasta allí y comprobarlo.