No llueve sino diluvia
- lectura de 3 minutos - 576 palabrasAyer martes empezó a llover con fuerza. Hoy miércoles por la mañana las calles son ríos. Me toca a mí preparar los desayunos de la casa y para eso tengo que levantarme un poco antes, ir a la venta de en frente a comprar leche fresca y pan y poner la mesa. Ni ayer ni hoy hemos tenido pan porque la rotonda está de cuarentena. Esto ocurre dos días cada 4 meses y durante ese tiempo se limpia la zona y se pintan los puestos, buena falta que hace.
Salir a por el pan ha sido toda una odisea: salta charco aquí, evita otro allá… como me dijo una enfermera cuando me vio en el hospital “Doctorita la vi esta mañana salir a comprar su leche. Iba saltando como un conejito hop hop hop entre los charcos” llegué a casa empapada.
Aquí cuando llueve, diluvia y el Plan se colapsa: los niños no van al colegio, muchos trabajadores se quedan en casa, nadie va a los comedores y ni los enfermos van al hospital. Aún así yo estaba decidida a ir al hospital así que pregunté cuál seria la mejor forma de llegar. En casa me dijeron que no fuese en micro porque esperando me iba a mojar más y que si iba andando mejor callejeando que por la avenida que estaría enfangada. Así que nada, ni corta ni perezosa me preparé una mochila con una muda seca para cuando llegase al hospital porque ya preveía yo que al llegar estaría empapada. Salí saltando entre charco y charco hasta que se hizo imposible no mojarse porque la calle era un río y tuve que acostumbrarme a ir con el agua por el tobillo, los pies empapados y llenos de fango. Pasando por delante de la iglesia llegó el susto, metí el pie en un charco que parecía como los demás pero me hundí hasta la cadera, en un pozo séptico. El olor indescriptible, saqué la mano y estaba negra tizón. Lo más ridículo que uno pueda imaginar, con una mano sujetando el paraguas, la otra negra y hundida en la mierda hasta la cadera. Salí de allí rápidamente y decidí seguir hasta el hospital en vez de volver a casa, para que al menos la mojadura fuese por algo. Nada más llegar le pedí a Juana una ducha y ella además me dejó ropa seca (mi muda de la mochila se había mojado) y me ofreció una taza de café caliente con galletas para que no me resfriara. Me di una ducha normal y luego unas friegas con betadine en urgencias.
Pasé el día en el hospital, comiendo allí también con María y Alex (una enfermera y un bombero de Lanzarote) porque volver a la casa con esas riadas parecía algo inviable.
La verdad que el día estuvo muy tranquilito, casi sin pacientes pero al menos los casos que tuvimos fueron bastante interesantes. Por lo que se ve, cuando llueve así, la gente ni va al médico.
Al llegar a casa volví a ducharme otra vez y para mejorar la tarde tuvimos merienda de gordos. Habían hecho bizcocho, tortitas con chocolate y plátano y película que vimos todos juntos. Osmosis Jones, una de Bill Murray que nos puso Pablo, muy friki pero muy entretenida.
Además para cenar tuvimos tortilla de patata, dejando atrás definitivamente todos los males.
Mañana salimos de viaje a Sucre, Potosí y Uyuni. Está todo en el aire, a ver si salimos vivas.