Ulaan Baatar - Pekín
- lectura de 4 minutos - 705 palabrasComo acordado, Zula nos acompañó a buscar un taxi por la mañana que nos dejó puntual en la estación de tren. Creo que es el lugar donde he visto mayor concentración de occidentales de todo el viaje. Da la sensación de que en el tren nos tienen organizados por continentes y no es broma, en nuestro vagón somos todos europeos y hay otros que son exclusivamente mongoles. Suponemos que lo hacen para facilitar los controles de pasaportes.
El tren mongol está muy bien, tenemos una pantalla de televisión por cama, aunque creemos que no funcionan. Nos han dado un termo con agua y un té de regalo. Las toallas y sábanas son de mejor calidad que las rusas y tenemos enchufe en el compartimento.
Nosotros vamos con dos chicas italianas muy majas de San Remo, que hablan muy bien español. Una de ellas trabaja en España desde hace 10 años y la otra vivió uno en Valladolid.
El paisaje desde el tren llama la atención. Llanura hacia un lado, llanura hacia el otro… no hay nada en el Gobi. De momento hemos hecho una parada en una ciudad llamada Choyr. Da miedo, desértica. El resumen de las ciudades mongolas es que todas son una mierda. No valen nada.
Hacia las siete de la tarde llegamos al paso fronterizo mongol. Previamente en el tren nos habían dado todos los formularios pertinentes. El paso de la frontera habría sido de lo más aburrido de no ser porque Marzia (una de las italianas, la otra es Adriana) llegó borracha tras haberse tomado un chupito de vodka. Como bien dijo Adriana, sus borracheras salen baratas. Se intentaba poner seria cada vez que veía un guardia. Tras una hora nos devolvieron los pasaportes y todos contentos.
Un poco más tarde llegamos al paso fronterizo chino. Este duró cuatro horas, no por los controles sino por el cambio de bogies. En Rusia y Mongolia el ancho de vía no es el europeo mientras que en China sí lo es. En vez de tener unos bogies adaptables o los trenes duplicados, aquí hacen una operación de cambio de bogies que dura tres horas largas. Durante la operación en el tren no hay electricidad porque separan los vagones, eso significa una calor insufrible porque no funciona el aire acondicionado. Es una cosa bastante espectacular, aunque como no te dejan salir del vagón no es tan fotogénica. Sí que dejan hacer fotos y tengo unas cuantas.
La operación consiste en levantar el vagón con unos gatos hidráulicos unos dos metros (cabe una persona por debajo perfectamente), quitar los bogies, poner los bogies nuevos de bajo, dejar caer el tren suavemente y poner los bogies nuevos. En algunos de los pasos el vagón se mueve bruscamente hacia delante o hacia detrás, peligroso si estás tomando un café o algo así.
Después de esa horrorosa espera dentro del vagón llegó uno de los oficiales de aduanas chinos y corroboró lo que yo ya suponía: que todos los occidentales les parecemos iguales. El tipo iba con un montón de pasaportes en la mano, cogió uno, me miró y dijo ¿passport? Yo dije que no porque no era mi pasaporte, pero es que el verdadero dueño del pasaporte sólo se parecía a mí en que los dos éramos blancos. A la segunda fue la vencida y sí que acertó.
Nos sorprendió un poco que no miraron en ningún momento el contenido del vagón ni de las maletas. Es una cosa lenta pero a pesar de todo poco exhaustiva.
Llegamos a Pekín bastante cansados y salir de la estación no fue nada fácil. Ya sé que es un tópico, pero CUÁNTA GENTE HAY EN CHINA. Yo (Ceci) me agobié rápido con tanta marabunta, humedad, calor… Salimos y estábamos muy perdidos, no encontrábamos la forma de llegar al hotel. Cruzar la calle, toda una odisea. Vuelta a atrás, nada tampoco.
Finalmente nos las arreglamos y llegamos a nuestro hotel, el Park Plaza Hotel. Menuda pasada. Además nos ofrecieron un upgrade por muy poco dinero, que aceptamos gustosos. Buena zona, buenas vistas, buena cama (tenemos selección de almohadas, pienso probar una todos los días) y DUCHA. Después de la ducha de Ekaterimburgo, puede que sea la mejor ducha de mi vida.