Khot Ail Ger Camp
- lectura de 9 minutos - 1851 palabrasSe nota que Sara está por ahí y los ha puesto firmes a todos. A las 8 de la mañana nos traen el desayuno al ger. Agua hirviendo, café y té, pan y nata. Estamos tiritando. El fuego se nos apagó en mitad de la noche y no fuimos capaces de encenderlo… o sí, pero no llegó a calentar. A las 4 de la mañana gastamos medio rollo de papel higiénico en intentar crear un llama para que prendiese la madera, pero aquello no iba. Así que acabamos solucionando el problema con más capas y cerrando el saco hasta arriba cuales gusanos de seda.
Ayudamos a recoger los platos del desayuno y nos quedamos en el ger de Sara viendo cómo hervían la leche y preparaban las cosas. Es digno de ver.
El ger de Sara y familia no es como el nuestro. Se nota que viven en él. Tienen el fuego encendido permanentemente, tienen una pantalla de televisión, enchufes y luz. También tienen armarios (el nuestro sólo camas) donde guardan infinidad de cosas, sobre todo ropa y bidones de provisiones hechas para el invierno. Sí, hechas, no compradas. Todo lo que pueden conservar lo conservan y es para el invierno, es curioso como siempre que se refieren al invierno lo hacen con mucho respeto, se diría que casi miedo. Y es normal, el invierno por aquí es duro, llegan a los cuarenta bajo cero con asiduidad. Nosotros ya sufrimos esta noche en nuestras carnes temperaturas por debajo de cero grados y todavía no ha acabado agosto, aunque dicen que este verano está siendo frío.
Siguiendo con los comentarios sobre su ger, destaca una cosa: son muy limpios. Siempre lavan las cacerolas, cubiertos, tazas, etc, ellos se lavan las manos y barren el ger. Es un gran contraste con los rusos, que son unos guarros sin paliativos. Lo único no occidental que hacen estos es que ellos mean en cualquier parte, van caminando contigo, de repente uno se para, se da la vuelta y se pone a mear. Esto se lo vimos hacer al padre después de desayunar.
Conseguimos entender a la madre de Sara que a las 10 de la mañana iban a venir cuatro personas más y que luego caballo. Hasta esa hora estuvimos viendo fotos de su álbum, que la niña nos iba enseñando. Existe un club internacional de caballos de gente de fuera de Mongolia. Ese club tiene cuatro personas, que eran precisamente las que venían a las 10 (lo supimos luego).
Nos dedicamos a ver en el mientras tanto como el marido de Sara primero reunía a los caballos y luego los ensillaba con ayuda de la sobrina que tenía un palo y no los permitía salir del cercado. Aquí a los animales se les trata o muy bien o muy mal, sin medias tintas. Mientras el caballo coopera todo son caricias, pero como ose hacer algo que no debe le cae un latigazo. En el caso del ganado en general en vez de un latigazo es una pedrada: sí, aquí el ganado se maneja a pedradas. Eso lo pudimos ver ayer; se mete una vaca donde no debe, pedrada; se acerca un perro demasiado, pedrada.
A las 10 efectivamente vino Sara acompañada por cuatro mujeres. Entonces Sara se fue al hospital a ver a su hijo. Me remito al capítulo a parte que va a hacer Ceci sobre la sanidad, aunque adelanto que Ceci estuvo viendo las radiografías del niño en cuestión y estaban bien, pero eran pruebas insuficientes y la radiografía estaba, al parecer, mal hecha. Las cuatro que vinieron eran tres un poco gilipollas y una maja, con un aire de altanería y superioridad que no me gustó nada. Eran tres canadienses y una australiana, un poco pasadas de peso y feas como rayos. Ricas paletas casadas con mineros que están trabajando en Mongolia; a decir verdad una no estaba casado con un minero sino con un veterinario. La que menos llevaba en Mongolia año y medio y habían conocido a Sara porque era la profesora de mongol de una de ellas (Sara da clases de mongol en la universidad), después conocieron el ger, fueron trabando amistad, una cosa llevó a la otra y el resultado es que acabaron comprando unos caballos (que les cuida Sara) y haciéndose su propio ger. Vamos, que están muy integradas en Mongolia. Entonces su dedicación es hacer turismo a caballo (incluso han cruzado la estepa) y la filantropía mientras sus maridos trabajan en la mina de cobre más grande del mundo (o de las más grandes, no me quedó claro) al sur del país. Su labor filantrópica básicamente consiste en abrir colegios y orfanatos, por lo que me contó Ceci. Todo esto lo aprendimos en la excursión a caballo de la que voy a hablar ahora, pero el resumen sobre las amazonas estas es que eran unas tipas muy interesantes y válidas pero con unos aires de altanería insoportables.
Y entonces cogimos los caballos. Como Ceci y yo no habíamos montado nunca (Ceci sí, pero según ella como si no), nosotros no íbamos sólos sino que de nuestro caballo se encargaban el marido de Sara para el de Ceci y el hijo pequeño de Sara para el mío. Llevar un caballo y el de otra persona no supone ningún problema para los mongoles, que prácticamente nacen en un caballo. El hijo de Sara tiene 12 años y monta a caballo desde que tiene 3, para él es algo natural. A Ceci la llevaban mejor que a mí, su caballo a un ritmo constante y con un metro de separación respecto al del marido de Sara. Yo no tuve tanta suerte; al fin y al cabo iba con un niño de 12 años que se aburría. Entonces dejaba distancia a todos los de delante, para luego alcanzarlos yendo rápido y así sucesivamente, iba como probando la aceleración del caballo con consecuencias para mi culo. Además me llevaba muy pegado a él de modo que mi pierna muchas veces chocaba con la suya y por supuesto con su caballo.
La excursión fue estupenda. Según las canadienses fue mucho mejor de lo normal porque el marido de Sara es muy lanzado y nos llevó por sitios realmente difíciles incluso con dos novatos. Vimos un lugar donde se hacen ritos chamánicos, cruzamos un río y subimos a una colina con bastante pendiente donde nos bajamos de los caballos para que descansaran e hicimos fotos. El paisaje mongol es increíble más que por bonito, que lo es, por lo virgen que es: el hombre a penas lo ha modificado. Muchas montañas y colinas con algún que otro árbol, no muchos, y verdes praderas, todo lleno de animales: caballos, vacas, cabras, ovejas y yaks (¿uros?).
La excursión fue bastante larga y cuando llegamos ya era la hora de comer, previo té de leche por supuesto. Hoy, en vez de estar separados en nuestr ger, nos unimos a la comida familiar que ayudé a preparar cortando la pasta para los noodles con mutton cómo no. Tras las cantidades ingentes de comida, me enseñaron las radiografías que como dijo Claudio estaban bien, aunque mal hechas (malrotadas y poco penetradas)
Si me pongo mala en Mongolia, no me mandan a un hospital mongol ni de coña: traslado a Pekin inmediato. Sara tiene un hijo mayor que por lo que nos contaron se cayó del caballo y desde entonces tiene periódicamente convulsiones por la noche (muy gracioso para su hermano pequeño por cierto); obviamente no voy a hacer un diagnóstico, no estoy capacitada para ello, pero tiene toda la pinta de ser una epilepsia sin diagnosticar.
El hijo mediano, se torció el pie y fue arrastrado 200m por el caballo. Lo llevaron al hospital, le hiceron una radiografía de columna y una de cráneo y lo mandaron a casa con paracetamol. Animales. Iba a volver en dos días, DOS DÍAS, a UB a hacerse un TC… o una RM, no me quedó claro. Claro, yo de esto no sabía nada. Al ver al niño el día anterior con las magulladuras en la espalda y paracetamol, pensaba que había sido una caída suave, no que había sido arrastrado 200 metros. Aquí por lo que se ve, lo de las 24 horas de observación tras el traumatismo craneal, el TC de urgencia y esas cosas no se llevan. Yo de verdad, no doy crédito.
Por la tarde las angloparlantes ya se habían ido y fuimos a dar una vuelta a caballo, esta vez más corta con el hijo de Sara. Esta vez fui yo sola. De vez en cuando poníamos el caballo a galopar, la primera vez me dio un poco de miedo, luego casi lo agradecía porque era menos doloroso que ir al trote, con tanto botecito. El hijo pequeño de Sara, Sachna, habla un poco de inglés. Da gusto verlo con los caballos.
Después de la vuelta a caballo fuimos a pasear por el río, a hacer ranas y sacar fotos aprovechando que hacía mejor día. De noche, cenamos en el ger con todos (más mutton en alguna otra forma) y los niños nos hicieron varios trucos de magia con cartas. La abuela nos enseñó el resultado de la nata que estaba preparando esta mañana hervido tras hervido. Tenía un aspecto grumoso. Ha sido muy gracioso ver las reacciones de los niños con el abanico que le regalamos a Sara: primero lo abren con su función normal y luego ya empiezan a usarlo como arma de matar o, nuestra versión favorita, espanta-animales. Sachna nos enseñó un juego típico mongol que según Claudio es un poco macabro. Las piezas son huesos del tobillo y del pie de caballo y habrá unas 40 piezas. Hemos conocido dos juegos posibles. La primera y más aburrida, es una especie de carrera de caballos que se hace formando una hilera de huesos y cada uno tiene que ir avanzando su ficha en función de los puntos que saque con los “dados”, otros huesos. Cada hueso tiene 4 caras: caballo, camello, oveja y avanzas si sale lo elegido para tu carrera. Si sacas uno de cada, avanzas 4 y tiras de nuevo.
A ese juego jugamos una vez antes de cenar y otra después en nuestro ger. El otro juego era más divertido, tirabas los huesos y luego a modo chapa tenías que ir dando a todo los que fueran del mismo tipo y retirando con la mano que no tirase. Al final acabamos echando a los niños para que nos dejaran dormir porque no podíamos más. Para cenar hubo variación, cenamos una sopa con ternera en vez de oveja. Antes de la sopa pudimos probarla a tiras que comimos con la mano, según nos las ofreció el marido de Sara, Bagi. Estaba, curiosamente, buena.
Esa noche, para evitar que se repitiera lo de las 4 de la mañana de la anterior, nos pusimos alarmas cada hora y media para evitar que se apagara el fuego. Conclusión de la noche: el fuego se apaga antes de hora y media. Cada vez que nos levantamos con nuestros turnos, tuvimos que hacer una nueva hoguera.